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martes, 24 de junio de 2014

Pablo Iglesias, el Frankenstein de la falsa derecha



En la vida y sobre todo el política se recurre constantemente a la falaz soflama de que todas las ideas y opiniones son respetables,  como si cualquier aberración pudiera ser condimentada con la sal de la pretendida “supremacía moral” y engullida por cualquier ser humano de bien,  no es más que otra modalidad más de la nueva ingeniería social del  gobierno del progrerío disfrazado con siglas de derechas, nueva modalidad de ingeniería social que cohabita con la practicada por la izquierda; la modalidad de la derecha de peluquín que arraiga el complejo, la desafección y la perdida del sentido de trascendencia de los jóvenes con la implacable y efectiva falta de escrúpulos de la izquierda radical que en este minuto del partido, ya ha fagocitado a la izquierda moderada, si es que alguna vez la hubo. No obviaré a la supuesta izquierda moderada cuya militancia asesinó a Calvosotelo y que en Cataluña aplaudió el asesinato de Ynestrillas a manos de ETA.

Pablo Iglesias es el resultado de esa renuncia de principios de la clase política de este país, de esa clase política que aprovechando el ahogo económico de los medios periodísticos de este país, prefiere convertirlos en panfleto de separatistas y alfeñiques de coleta diseñados en las universidades públicas alertando sobre la llegada de la izquierda más reaccionaria; el fructífero resultado para estos actores de cuarta, es el de una sociedad nueva pero más débil, caída de rodillas ante la claudicación, manejada al antojo de la clase política mientras nuevos subproductos ideológicos como Pablo Iglesias les roban la cartera de los valores aprovechando que los ciudadanos desesperados miran hacia aquello material que les falta.
No es nuevo, es la vieja y efectiva treta recuperada de los vástagos de Sabino Arana e Ibarretxe; adueñarse sin escrúpulos de las causas sensibles para una sociedad e infiltrarse en los movimientos originados por el descontento y la desesperación, ganando adeptos, simpatías y extendiéndose sibilinamente entre el drama social. Recordarán lo que ocurrió con la central nuclear de Lemoniz, ETA hizo suya la movilización social, y alumbró la paradoja más aterradora; la preocupación social justificaba y justificó el asesinato de trece personas y trescientos atentados, convirtiéndose en uno de los principales movimientos antinucleares del mundo.  Parecido es el caso de su patrimonialización del drama de los desahucios a través de plataformas como “stop desahucios” los cuales llegaron a pedir el voto para EH Bildu hasta que se les coló el rancio etarra “Tasio” Erquicia. El asesinato y su justificación vilmente disfrazados de conciencia social. En aquel entonces la sociedad amenazada clamaba valiente y de forma abrumadora contra los detritus humanos, ahora asiste a la rendición de los que deberían protegerla, los que justifican lo injustificable y los que ahogan el quejido de las buenas personas con la farsa de que en democracia, todas las opiniones son respetables. Mentira.

Así Pablo Iglesias iba a acabar llegando. Esta musa fanática de discurso ensayado y apariencia enclenque que aprieta los dientes cuando la emoción le embarga al hablar en las herrikotabernas mientras comparte mesa asamblearia con Sabino Cuadra sonreía socarronamente hace poco en pleno manoseo con abertzales mientras decía: “Hoy no os diré que nos dejéis solos con los españoles, sino que cuando finalmente os vayáis, os echaremos mucho de menos”. Pablito, chaval, lo único que a ti te hace fuerte es el amparo de la bandera española. 

Al contrario de lo que algunos dicen, este peligro público y su justificación política y ética de los asesinos no es respetable, no por estar en democracia, sino porque precisamente estamos en democracia y lo auténticamente perentorio en este momento es defenderla de las pistolas que son paseadas por el programa electoral de estos hijos del odio ideológico aburguesados ya en falsas prebendas y asambleas con logotipos plagiados a dictaduras en las que no serían capaces de sobrevivir. Estos “nuevos ricos” acabarán devorados por el odio y el nuevo sabor del “poder”.  Sólo lamento que su fin sea por ese motivo, y no por la fortaleza y la férrea defensa de los principios de una parte de la sociedad traicionada y anestesiada por un gobierno deslegitimado por su propia renuncia a su ideología y a sus principios. Ellos disfrutan ya de su pequeño Frankenstein, mientras este personaje de cuento de miedo se sabe subproducto de la falsa derecha española.

1 comentario:

  1. La tolerancia no debe llegar hasta los intolerantes, porque termina negándose a sí misma como posibilidad real de existencia.
    Karl Popper
    Hay que ver lo que nos cuesta aprender esta lección del clásico contemporaneo
    Un saludo y ánimo

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